Estaba leyendole por twitter y cai en una web suya en la que hace entradas, rollo Blog, esta entrada me resultó interesante, por su forma de vivir a la hora de escribir novelas, se mezcla mucho con su trabajo, me pasa similar con el poker, acabo pensando a casi todas horas sobre poker incluso cuando no estoy grindeando, luego en cambio vivo y hago las cosas aplazadas, en otros periodos mas/menos largos, utilizando en cada momento a las personas que encajan en esa situacion, lo que mas me gusta de Arturo es su capacidad para decir verdades como templo mandando a la mierda la moralidad, somos seres egoistas, por qué negarlo! todos acabamos mirando nuestro ombligo de una forma u otra, incluso quienes viven pensando que los demás, lo hacen para sentirse mejor consigo mismos, el egoismo tiene mil formas, y yo incluso lo considero positivo a la hora de conseguir ciertas metas, o escribir una novela en el caso de reverte, hacerse su propio mundo y incluir a quien encaja en él.
Escribir una novela (en mi caso) es vivir con ella durante todo el
tiempo que empleas en escribirla. No hay descanso en eso. No hay
distracciones importantes. Es una actitud mental que se mantiene
inalterable, incluso contra tu voluntad, mientras dura el proceso de
escritura. Tensión personal. Vigilancia continua. No hay acto de tu vida
que no esté relacionado con el trabajo que tienes en la cabeza: cuanto
lees, cuanto miras, cuanto oyes, cuanto piensas. Te mueves, eliges,
actúas según las necesidades del texto con el que andas a vueltas.
Organizas tu vida en relación con ese territorio. Hasta la gente a la
que ves, por lo general, tiene mucho que ver con eso. Para un lector
empedernido, como es tu caso, esto plantea ciertos problemas. Hay
películas que no ves, libros que no lees, personas a las que no tratas,
viajes que no haces aunque te interesen mucho, porque quedan fuera de
ese ámbito. Porque en ese período de tu vida no los estimas de utilidad
inmediata. Práctica. Y así, a causa de ese egoísmo profesional (tan útil
para tu trabajo, por otra parte), vas aplazado cosas que harías, con la
incómoda sospecha de que, una vez acabes esta novela vendrá otra; y
esas cosas no hechas, aplazadas, seguirán aplazadas y sin hacerse. Pero
tales son las normas de este curioso oficio. Tienes ya sesenta años y
sabes que las facultades de un escritor tienen fecha de caducidad, como
los yogures. Basta mirar alrededor. Puro sentido común. Eres consciente
de que el tiempo de que aún dispones es limitado, y de que si no
despachas esa media docena de historias que te gustaría contar antes de
perder lucidez y capacidad de trabajo, puede que no llegues a
escribirlas nunca. Morirán contigo, si no te libras de ellas antes. Así
que sacrificas unas cosas y asumes otras. Seleccionas y descartas.
Libros por leer, novelas por escribir. Situaciones por vivir. Hay cierta
melancolía en esta renuncia. Pero como dije antes, ésas son las reglas.
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